domingo, 25 de septiembre de 2016


Enseñar y aprender en las aulas de educación primaria

El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) está demandando un cambio en  el  modelo  educativo tradicional,  hacia  otros  basados  en  el  constructivismo  que  fomente  la  autonomía  en  el  aprendizaje  y  el  desarrollo  de  competencias.
Ello implica una obligada transformación de los roles asumidos por docentes y discentes con la finalidad de lograr que el aprendizaje sea fruto de una actividad consciente  y  personal  por  parte  de  un  alumno  activo  e  implicado  en  la construcción de su conocimiento, mientras que el profesor actúa de guía en su proceso  de  aprendizaje (Naval,  Sobrino  &  Pérez,  2005). Con  esta  premisa se  impone un paradigma educativo centrado en el aprendizaje (learned-centered) donde el protagonista del proceso es el estudiante (Weiner, 2002).
Este planteamiento requiere de profesores y estudiantes capaces de asumir el nuevo  modelo  educativo,  así  como  de  metodologías  que  empleen  recursos, estrategias,  etc. que  faciliten  la  creación  de  contextos  educativos  donde  el estudiante pueda asumir un papel activo dentro de su aprendizaje y llegue a ser su propio gestor. En  este  sentido,  consideramos  que  las  TIC,  integradas  de  manera adecuada en las aulas universitarias, pueden contribuir a materializar el tan aclamado cambio.
Son muchas y muy variadas las TIC y las formas en que éstas pueden integrarse en el contexto educativo, pero el simple hecho de insertar las TIC en las aulas universitarias  no  garantiza  que  se  generen procesos  de  enseñanza  y  de aprendizaje de mayor calidad. Ahora bien, las TIC pueden constituir una ventaja  para  los  procesos  educativos  siempre  y  cuando  se supere  la  concepción instrumental  que  se  tiene  de  éstas  tecnologías  y  se  diseñen  usos pedagógicamente significativos para las mismas (Levis, 2011).

Si enseñamos a los estudiantes de hoy  como enseñábamos ayer, les privaremos del mañana. John Dewey (1859-1952)

La  Convergencia  Europea  defiende  un  paradigma  educativo  centrado  en  el  aprendizaje  (learned-centered)  donde  el  protagonista  del  proceso  es  el  estudiante, mientras que el profesor obra de facilitador o guía del aprendizaje
(Naval et  al.,  2005; Weiner,  2002). En  otras  palabras,  aboga  por  un  modelo centrado  en  el  aprendizaje  del  estudiante  como  evolución  natural  del  modelo  tradicional de enseñanza centrada en el profesorado. Es lógico, por tanto, que el  proceso gire en torno a un alumno que aprende y la unidad de valoración sea el  trabajo que éste desarrolla a lo largo de todo el curso académico. Desde este enfoque,  el  aprendizaje  es  fruto  de  una  actividad  consciente  y  personal  por parte  del  alumno,  el  cual  interactúa  con  un  profesor  que  guía  y  ayuda  al estudiante  en  su  actividad   (Naval et  al.,  2005). Como  consecuencia,  surgen metodologías que buscan facilitar la transición a los nuevos roles que docentes y discentes deben  acometer, sobre  todo  si  tenemos  en  cuenta  que  los  objetivos  que  persiguen  los  estudiantes  (con  sus  aprendizajes)  y  los  que  buscan  los profesores  (con  sus  enseñanzas)  también  están  cambiando  (Bauerová  &  SeinEchaluce, 2007).
Tras  este  nuevo  modelo  se  encuentra  el  supuesto  de  que  sólo  se  lograrán aprendizajes  eficaces  cuando  sea  el  propio  alumno  el  que  asuma  la responsabilidad  en  la  organización  y  desarrollo  de  su  trabajo  académico  (De  Miguel, 2005). Por tanto, su papel como gestor en el proceso de aprendizaje ha de ser reforzado, no sólo guiando el camino a seguir, sino facilitándole también  la adquisición de competencias relevantes y que le capaciten para afrontar los nuevos contextos y desafíos, tanto educativos como profesionales.
La  figura  de  cada  profesor, su interés por lograr una enseñanza de calidad, su implicación con el  proceso  convergencia,  así  como  su  posicionamiento  dentro  de  las  propuestas  que surgen del mismo, van a condicionar el devenir del movimiento de cambio  educativo  a  nivel  europeo. Por  ello  coincidimos  con  Zabalza  (2008)  cuando  afirma  que  todos  estos  cambios  deberán  producir,  obligatoriamente,  una  transformación en las actividades que se desarrollan en las aulas, porque si no  se  modifican  las  prácticas  docentes  podría  considerarse  que  la  convergencia  habrá fracasado.
En realidad, no se trata de “inventar” una nueva educación superior, sino más bien  de  “actualizar”  muchos  de  los  principios  pedagógicos  que  han  estado  presentes en nuestras universidades, pero que se han ido desdibujando con el  paso  del  tiempo.  Debería  consistir,  básicamente,  en  volver  a  los  principios
generales  de  una  docencia  centrada  en  el  aprendizaje,  donde  el  proceso  formativo  está  orientado  al  afianzamiento  de  competencias,  y  no  a  la  mera acumulación de conocimientos teóricos (Zabalza, 2008).
Como  ejemplo  el  Aprendizaje  por  descubrimiento,  los  estudios  de casos,  el  aprendizaje  basado  en  problemas  (ABP),  el  aprendizaje  orientado  a proyectos  (AOP),  el  portafolios,  el  trabajo  cooperativo,  etc.,  se  han  hecho  un  hueco como metodologías encaminadas a dar cabida al recién estrenado perfil de  estudiante. Sin  ser  nuevas,  estas  estrategias  de  aprendizaje  se  han  actualizado  y  adaptado  a  las  características de  las  herramientas  disponibles  actualmente,  es  decir,  se  han  reforzado  haciendo  uso  de  las  ventajas  que  las  tecnologías pueden aportar.
Tal  y  como  nos  recuerda  Coll  (2004), las  tecnologías  de  la  información  y  la  comunicación  no  son  exclusivas  del  presente  siglo,  sino  que  a  lo  largo  de  la  historia de la humanidad, son muchos los hitos relacionados con ellas que han  ido  marcando  la  evolución  de  nuestra  especie.  Hitos  cognitivos  que  logran superar  con  creces  las restricciones  físicas  o  corporales  que  pudieran  ser limitadoras de la capacidad creadora del ser humano. Muchos de estos avances,  o tal vez los más significativos, han sido aquellos que afectaban directamente a la  forma  de  relacionarse  las  personas,  comprender  el  mundo,  organizar  este conocimiento  y  transmitirlo.  Estos  hitos  han  estado,  y  continúan  estando, vinculados con las tecnologías relacionadas con la capacidad para transmitir y  representar esa información.

Las  TIC  concebidas  del  modo  más  amplio,  sin  los  límites  impuestos  por  el  calificativo  de nuevas,  son  herramientas  con  un  papel  preponderante  en  el desarrollo  de  las  sociedades,  empleadas  para  pensar,  para  aprender,  para representar, conocer, transferir y difundir los conocimientos adquiridos a otras personas, sobrepasando generaciones (Coll, 2004; Area, Gros & Marzal, 2008).
Conforme entendemos hoy las TIC, por muy distintas de las que se empleaban en la antigüedad, guardan con ellas más similitudes de las que podamos pensar.
Los recursos multimedia pueden diferir enormemente de las pinturas rupestres  estampadas  con  polvo  ocre  en  las  paredes  rocosas  de  las  cavernas  prehistóricas,  o  de  aquellos primeros  jeroglíficos escritos  sobre  papiros  hace más de 5000 años. En los tres casos, las tecnologías han sido utilizadas para la transmisión  e  intercambio  de  conocimiento,  es  decir,  para  enseñar,  hacer pensar  y  para  aprender.  Por  tanto,  no  podemos  seguir  debatiendo  sobre  la necesidad o no de introducir las TIC en la enseñanza, porque son, y deben de  ser  consideradas,  una  parte  esencial  de  los  procesos  de  enseñanza  y  de aprendizaje.
Los  procesos  educativos  consisten  esencialmente  en  procesos  comunicativos,  por  tanto la  idoneidad  de  estas  herramientas  en  el  desarrollo  de  dichos procesos resulta indiscutible, ya que, como nos recuerda Gómez-Galán (2009), se trata de tecnologías de la “información” y la “comunicación”. Siempre que se empleen  adecuadamente,  desde  una  perspectiva  y  acción  pedagógica  que contribuya al desarrollo de procesos de enseñanza-aprendizaje efectivos y de calidad. En  consecuencia,  debemos  tener  muy  presente  que  las  posibilidades didácticas  que  ofrecen  las  TIC  a  la  enseñanza  y  al  aprendizaje  no  van  a depender de las características de la tecnología que empleemos, sino de lo que se le demande al alumno y de las actividades que tengan que realizar con ellas para resolver las tareas (Area, 2007; Cabero & López, 2009; García-Valcárcel, 2007; Onrubia, 2007; Prendes, 2003).
Los  alumnos  no se  implicarán  más  en  sus  procesos  de  aprendizaje,  ni  la motivación  será  mayor,  por  el  simple  hecho  de  disponer  de  ordenadores  o pizarras  digitales  en  sus  aulas.  En  cualquier  caso,  es  una  realidad  que  la novedad  que  genera  la  inclusión  de  cualquier  recurso  o  herramienta tecnológica en el aula origina una situación de expectación ante lo desconocido.
Es  lo  que  Cabero (2001) califica  como  un efecto  inicial  de  alta  motivación  por parte  de  los  usuarios.  Habría  que aprovechar esta  instancia  para  que cuando esta falsa motivación inicial desaparezca, poder comenzar a emplear el recurso de forma constante. No debemos pensar que el efecto novedad de la tecnología puede lograr captar el interés de los alumnos para optimizar sus procesos de aprendizaje,  sino  que  será  su invisibilidad lo  que  les  lleve  a  emplear  las  TIC como herramientas al servicio de la generación de conocimiento.
                                      
Enseñar  y  aprender  con  TIC  implica  replantear  sus  posibilidades  y contemplarlas como herramientas cognitivas (Jonassen, 1996) al servicio de los procesos de enseñanza y de aprendizaje, teniendo muy presente que su mera inclusión  en  las  aulas  no  garantizará por  sí  mismo, ni  más  flexibilización  de tiempos  o  espacios,  ni  mejora  de  los  procesos  comunicativos.  Por  ello,  sin menospreciar  todas  las  posibilidades  indicadas,  consideramos  que una  de  las mayores potencialidades de  las  TIC  se  encuentra  en  su  imprescindible  papel para el desarrollo de competencias tecnológicas, digitales e informacionales, ya que su uso en las aulas las generará en los alumnos que las tengan que integrar en sus procesos de aprendizaje.
El  uso  de  los  medios  en  la  enseñanza  no es el  objetivo  a  alcanzar.  El objetivo  es  transformar  la  educación  de  manera  que  dé  respuesta  a  las necesidades formativas y competenciales, de los alumnos que llegan hoy a las aulas.

Conocido es que los profesores deben intentar que los alumnos desarrollen sus capacidades,  habilidades  y  actitudes  necesarias  para  acceder,  explorar, construir,  reconstruir  y  utilizar  el  conocimiento  a  diferentes  niveles  competenciales.  Todo  ello para  aproximarse  a  la  consecución  de  un  producto que no se limite a satisfacer las expectativas personales y sociales, sino que las supere  favoreciendo  un  desarrollo  integral  armónico (Tejedor,  2010). Y  es  en esta tarea donde podemos contar con el apoyo de las TIC.

3 comentarios:


  1. Tú aporte en este blog, es correcto y de gran reflexión para los lectores ya que es necesario que los docentes descubramos que nuestra tarea es ardua cuando se trata de orientar el aprendizaje de los alumnos permitiéndoles ser capaces de enfrentar la realidad que le rodea siendo críticos, creadores, constructores de su aprendizaje logrando desarrollar habilidades tales como: la reflexión, análisis, síntesis crítica, innovación y creatividad.
    Vincular la tecnología existente creando nuestros propios modelos que se ajusten a la realidad donde nos desenvolvemos, permitir que los alumnos piensen estratégicamente reflexionando sobre cómo está aprendiendo, generando en ello un pensamiento lateral y descubran qué les puede servir del aprendizaje dado.
    Es indispensable lograr que los alumnos encuentren gusto por aprender y que ese aprendizaje sea transferido a situaciones propias de la vida cotidiana, que la disponibilidad y el proceso los lleve a la elaboración de nuevos aprendizajes y de atribuir sentido a lo que aprenden.

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  3. Las críticas a las maneras tradicionales de enseñar han adquirido mucha más fuerza ante los requerimientos de una formación que permita afrontar la rápida obsolescencia de los conocimientos y la necesidad de garantizar aprendizajes efectivos y relevantes, que aporten al desarrollo de las potencialidades de cada individuo.
    Los avances en este campo son lentos y, en nuestro país, es más frecuente encontrar prácticas educativas centradas en el almacenamiento de información más que en el desarrollo de las capacidades para procesarla. Los énfasis están puestos en la pasividad más que en la actividad de los sujetos. Los maestros, responsables por el aprendizaje, raramente prestan atención a las interacciones y factores que influyen en la capacidad de motivarse y aprender. Los espacios escolares, a su vez, no acostumbran utilizarse como un ámbito que favorece las relaciones del alumno con los maestros, con los otros alumnos y, de ambos, con
    el conocimiento.
    A pesar del predominio de las pedagogías tradicionales, existen, en la mayoría de los países de la región, experiencias innovadoras que apuntan a la modificación de las relaciones profesor-alumno y que utilizan las escuelas como un ámbito de comunicación donde los
    conocimientos se construyen en una dinámica que involucra experiencias, interacciones, contextos y saberes que provienen de los distintos actores de los procesos de aprendizaje, lo que genera nuevas formas de enseñar y aprender.

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